Hoy reflexiono sobre el sentido de la vida y nuestra conexión o desconexión según vivamos este.
María vive tan estresada que hace tiempo se olvidó del verdadero sentido de su vida. Durante años lo ha buscado por todos lados, por arriba, por abajo, detrás del sofá y hasta en el bolso de su amiga Merce. Sin embargo, en esa búsqueda se olvidó de un detalle importante: de lo simple y lo sencillo, de que menos suele ser más dejando a un lado las matemáticas. Y es que buscó afuera lo que estaba adentro, se olvidó de que la respuesta es tan elemental como sutil: el sentido de la vida es VIVIR. Y ella lleva un tiempo sobreviviendo.
Sin embargo, aunque sea obvio, no sabemos qué significa realmente eso de vivir. Y me refiero a VIVIR más allá de respirar, comer, hacer, trabajar, movernos, relacionarnos… Nos estamos deshumanizando y en ese proceso, a veces, se nos olvida que la vida no es lo que publicamos en las redes sociales ni los personajes que nos montamos para aparentar o sobrevivir en este mundo de locos.
Yo no soy psicóloga, pero tengo muy claro que la falta de sentido está detrás de la ansiedad, el estrés, la depresión y tantos «males modernos» que no se curan con pastillas. Esta deshumanización hace que nos alejemos de lo verdaderamente importante: saber quiénes somos, qué queremos y manifestarlo en nuestra realidad.
María se deja arrastrar por el caos, las distracciones y por todos esos millones de estímulos externos que, cuando se da cuenta, se ha pasado el día. Y cuando eso ocurre una y otra vez y se hace costumbre, María siente una continua sensación de frustración, irritabilidad, se enfada con facilidad y tiene la impresión de haber perdido algo. ¡Claro! El sentido de la vida. Eso es lo que pierde cada día porque está tan lejos de sí misma que ya no sabe ni quién es ni qué quiere en realidad.
Imagina que María tiene un robot en casa que enciende cada mañana al levantarse para que «haga su vida». El robot prepara el desayuno, lava los platos, limpia el suelo y así con todas las tareas que te imagines. María se levanta, se ducha, desayuna y se va al trabajo. En realidad, la vida de ambos se parece bastante, ¿no crees?
Vivir cada día en modo programado nos provoca un impacto a nivel personal y profesional. Esto se traduce, entre otras cosas, en agotamiento, estrés y evasión de la realidad. ¿Por qué crees que vivimos adictas a tantas cosas? Pon el nombre que quieras: compras compulsivas, atracones de dulces y otras porquerías, pastillas, sexo, relaciones exprés…
En un mundo lleno de incertidumbres y desafíos constantes, la búsqueda del sentido de la vida se ha convertido en una preocupación central para muchas personas. Algunas siguen pensando que es algo que se encuentra, y otras saben que es algo que se construye. ¿Tú que opinas? Yo soy de las que tienen la certeza de que el sentido de la vida se construye y es un viaje de aprendizaje constante. Partiendo de lo más básico, es decir, que el sentido de la vida para cada persona es vivir. De ahí vamos construyendo nuestro propio proceso de evolución personal que nos permite ajustar y refinar el significado que vamos dando a nuestra existencia. Cada desafío que afrontamos, cada fracaso que superamos y cada éxito que alcanzamos son oportunidades para crecer y redefinir lo que es importante para nosotras.
Cuando he realizado entrenamientos de mindfulness me gustaba preguntar a las personas lo siguiente: ¿Te ha pasado alguna vez que vas conduciendo y cuando has llegado al lugar al que ibas, casi ni te has dado cuenta? ¿Qué pasó durante el trayecto? ¿A qué te dedicaste mientras ibas en piloto automático? Y cuando tomaban conciencia de experiencias como esta, podían darse cuenta de que eso no solo pasa cuando conducimos sino que es bastante habitual en nuestra vida. Es como si de repente hubiéramos dejado de percibir la pasión, la alegría, la motivación, la espontaneidad… Es entonces cuando nos llevamos las manos a la cabeza y nos preguntamos: «¿Qué vida estoy viviendo? ¿Cuál es su verdadero sentido y significado?».
Es necesario responder preguntas como esas para dejar de echarnos de menos, a nosotras y a nuestra vida, esa que un día empezamos a crear y de la que, poco a poco, nos fuimos alejando sin darnos cuenta, sin saber exactamente cuándo, cómo y por qué pasó. La buena noticia es que en cualquier momento, cuando así lo decidamos, podemos volver a engancharnos a la vida. Y una de las maneras más efectivas y poderosas que conozco es a través de la práctica de la atención plena o mindfulness.
Si quieres, puedes empezar con esto… solo te llevará unos instantes.
Siéntate cómodamente, con la espalda recta. Fíjate en las sensaciones de tu cuerpo: el contacto con la silla, con la ropa, el aire del ambiente en las zonas descubiertas, si sientes frío, calor, hormigueo en alguna zona, si notas cansancio, dolor, pesadez, liviandad, si te encuentras a gusto…
Como puedes comprobar por ti misma, observar las sensaciones corporales es una manera excelente de salir del caos y volver a este momento. No tienes que cambiar nada, solo sentir lo que surge y acogerlo. Enfoca de nuevo tu atención en lo que tu cuerpo siente. Respira, respira tranquilamente y nota como tu cuerpo y tu mente se van relajando.
Ahora puedes preguntarte: ¿Estoy dispuesta a regalarme cada día un espacio para mí? Para comenzar, unos minutos pueden ser suficientes para parar, sentarte, respirar, observar, contemplar lo que surge… Este espacio y tiempo que te vas a regalar a partir de ahora, te va a permitir dejar de actuar como el robot del ejemplo y empezar a disfrutar en tu propia compañía cada día, sea lo que sea que esté pasando en tu vida. Si prefieres, puedes dedicar ese tiempo a caminar, a saborear la merienda, a tomarte una taza de té en silencio. Elige lo que quieras. Eso sí, es importante que dejes el móvil en silencio y en otro lugar, ya que si no puede que te resulte complicado estar contigo a solas. Y cuando digo a solas, me refiero a solas, sin móvil.
Este sencillo ejercicio te va conectando contigo y con tus verdaderas intenciones, lejos de expectativas, juicios, prejuicios, críticas y estímulos externos. Se trata de volver a ti. Se trata de vivir. De vivir con sentido.
Acuérdate de jugar y de dejar de juzgar: JUZGAR
Gracias por tu tiempo.
Un abrazo genuino.